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Curro Flores

Siesta tour

Opinión

En alerta amarilla con un terrá de masticar arenas infernales, la televisión como música de fondo me ha deparado gentiles siestas veraniegas, nacidas por despiste en una curva del Tour y espabile a 15 kilómetros de la meta, para oír cómo se pronuncia Pogacar, el más amarillo de las metas. Trato de prestar atención al diálogo modorra de los locutores de la prueba, pero ante tan sutil cháchara Morfeo se adueña del butacón. Hoy es la contrareloj en zona de ricachos, Mónaco-Niza, por lo que vale la pena apreciar los casoplones del recorrido, ahorrarse castillos e iglesias, y forofos en chancletas declinando la moda francesa. Como es la contrareloj, se me ha ocurrido tirar del despertador, porque el segundero desmarcase los ronquidos.

Antes me resultaban los equipos familiares desde el refrescante Kas, hasta la hipoteca del Banesto de Mario Conde, henchido de fama. Entre palabros ininteligiblemente pronunciados, voy poniendo nombre a los maillots, porque los colores se pierden entre reclamos de patrocinadores y bolsillos para refrescos y meriendas; tanto es que estaba en las mil y una tarde, cuando los Emirates se repetían que sí que no; inmediatamente pensé que Perico Delgado y Carlos de Andrés en su nana, tenían esa tarabita, porque a mi escuetita razón le chirriaba que los emires del petróleo se gastaran la pasta en pagar a sus enemigos de las dos ruedas, contrarios a regar nuestros desplazamientos de poluta gasolina. Era obvio que a las escuderías de Fórmula 1, le arrimen cantidades ingentes de pasta las Aramco, Petronas y hasta la gasolinera de mi curva; pero gastárselo en pedaladas es como si los inversores del ladrillo despistaran las ganancias en la confederación de okupas. Acaba de entrar Tadej, el raudo esloveno a la meta, ahora me queda hurgar en el móvil los horarios olímpicos para ver si mi modorra coincide con el salto con pértiga.