De pequeño me aprendí las dedicatorias de todas las lápidas que rodeaban a la de mi padre, domingos de meriendas de galletas exquisitas, con nuestra parienta monja del Cister; a veces, desde el estadio de La Rosaleda se oía un sonoro ¡huy!, que me animaban a colocar un platillazo entre dos cruces para cantar un silente gol, por no molestar el rezo de los dolientes. Con esa cultura de respeto a los muertos, llevaba el ramito de claveles, para que lucieran con el mármol recién fregado. Ahora va ganando la humareda al nicho, los signos del despido improcedente y el atasco de los juicios finales hacen mella en la creencia. De la Guerra Civil que ya pasó y no viví, me enteré por las murmuraciones de perdedores y libros a hurtadillas de joven aguerrido, buscando cargar mi llamada conciencia de clase de chutes ideológicos.
Alegría de Transición, desparrame de ideas renovadas y hermanamientos, frente al gris, rosales; pero aunque todo caminase a la amnistía y por los senderos de la libertad; no se pudo anudar el debido respeto a todos los muertos y desaparecidos, víctimas del Golpe, en el bando de los vencidos; hasta la Ley de la Memoria Histórica de 2007, por la que se reconocían y amplían derechos, para quienes padecieron persecución y violencia durante la guerra y la dictadura.
Con vergonzantes tiras y aflojas, se pudieron cavar algunas fosas, rescatar familiares y enterrarlos con su cruz o evocación. Pero esa labor de la tristeza española, se ha envuelto de nuevo con las renovadas ansias revanchistas del PP y VOX que, pueden disputar al mundo mundial la copa de la tragedia. La ONU ha instado esta madrugada a España a adoptar las medidas necesarias, contra las leyes de la concordia de nuestra derecha patriotera, alertando sobre su “negacionismo”. Campeones de discordia.
Curro Flores