El espoleo del lecho marino nos depósito las arenas de nuestras playas, en una acción milagro de pasar de los roquedales cantando, “¡vaya, vaya! (aquí hay playa)”, a tener unas envidiables puestas de hamacas hasta el rebalaje a coste de columpios feriales. Boquerones y los del mapamundi después del chapuzón nos enarenamos los pies mejor que una fritura, pero hete aquí que la marinería vacacional es de agua dulce, y necesita lavarse los pinreles en las fuentes de clausura, por los que unos eligen saltarse a la torera las normas y se dan el remojón tobillero en las fuentes públicas y los más gamberros el cuatro por cien olímpico. La autoridad paradisiaca, ha lanzado un ukase a grito de altavoz de los municipales, llamando a la educación y buenas maneras, esgrimiendo el castigo a los insistentes en asearse los dedos, con una multa de 750 eurapios, la paga de un jubileta barato. Se impondrá el acerado del carril de arena y la chancla para limar solerías.
Las nuevas disposiciones municipales frente a la sequía, no han tenido en referencia, lo molesto que es volver de la playa con pies de apóstoles y entre tanto chiringuitos, no se han creado las licencias de aguadores de lavapiés, que daría empleo a los que a imagen de Cristo en la Cena o de esclavo (lo normal), se pusieran a la salida con sus garrafitas de aguas de oleaje, para que el paisanaje y guirería se vayan con los pies fresquitos y limpitos por una propinilla. Acostumbrado a tantas “Últimas cenas” y “Crucifixiones”, me faltaba visualizar imágenes del Lavatorio de Pies, menos frecuentes, pero he podido solazarme con “El lavatorio” del Tintoretto, hasta con Agustín de Hipona, lavando los pies de Jesucristo. Lo curioso es que excepto el lavado de manos de Pilato, pocos desfiles procesionales han sacado el lavado de los callos de Pedro y Judas Iscariote a paso de trono.
Curro Flores