Curro Flores

Calima a la plancha

Opinión

Ayer amenazado de lluvia, tampoco me di un garbeo, hice como las prudentes cofradías del Domingo de Ramos, cuidé mis enseres y dejé los pitidos de la banda tronando en mi televisor. La más desprendida, El Prendimiento, salió a darse un voltio con su Virgen, afrontando el peligro de perder un pastón en lujos, abalorios, capirotes y sayales; afrontando el riesgo, tuvieron que tomar la de Villa Diego a un dos papa y arroz; como tuvo que hacer La Oración del Huerto, mudada en perchelera, que apenas pudo sortear su olivo el cablerío de mi calle Cerrojo, para un cerrojazo a la carrera con llantos cofrades. La emisora devota a los usos, pudo entonar la música de las bandas en las iglesias, mientras un grito de silencio imponía el capataz de trono a los forzados mecedores.

Si no me falla el oído, sin odio de incrédulo, me acordé de cuando en nuestra primitiva orquesta, leer la partitura no era costumbre; el desentone era el agudo acento de lo que se sentía en las naves de culto, espero que los profesores de enseñanza musical, pongan en solfa a Juanma Moreno, por sugerirles que los niños pongan su aguda oreja en los infiernos celestiales, para tapiarlos al buen gusto musical. Ya menos afinado. Me entretuve, mirando al picoleto de escolta al trono del Prendido, creo por si se diese a la fuga por el aguacero; salvo el tricornio y el uniforme, menos marcialidad no he visto, no por las arrugas de los años, más por las manos en los bolsillos del despreocupe en el desfile. A su lado un aparatoso costalero, marchaba iniesto, pero sin cuerpo aparente, dormía en su varal una mano gigante y solitaria, digna de Fétido Adams. La cosa como en el fútbol va para largo, porque la Virgen del Gran Perdón tiene su bracero negro con la túnica blanca. Coches y fachadas vestidos de chocolate calimeño, con nocturnidad y alevosía.

Curro Flores

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