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La Cueva de Nerja no solo es un espectáculo bajo tierra. También lo es en superficie. Quien se acerque hasta aquí con la intención de ver solo estalactitas se está perdiendo la otra mitad del encanto que es un paisaje que envuelve, un jardín botánico que huele a Mediterráneo profundo y senderos donde hasta las mariposas parecen guías de ruta.
Nada más atravesar el recinto, uno entiende que este es un lugar privilegiado. Entre los acantilados de Maro y Cerro Gordo, al abrigo de las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama, la naturaleza se ha esmerado. Todo está dispuesto para caminar, respirar y mirar sin prisa.
Un jardín que habla andaluz
A pocos pasos de la entrada a la cueva, el Jardín Botánico Detunda-Cueva de Nerja sorprende con una colección de especies autóctonas —y algunas exóticas— que narran la historia vegetal de dos provincias: la oriental de Málaga y la suroccidental de Granada. Una mezcla de orografía y botánica que, más que jardín, parece museo vivo.
Hay plantas que desafían las sequías veraniegas, cultivos tradicionales que se resisten al olvido y rincones donde florecen orquídeas con vocación de joya. Todo ello gestionado por la Junta de Andalucía y con acceso desde detrás de las taquillas. Un oasis que no cobra entrada, pero sí admiración.
Sendero con vistas al alma
Y si de caminar se trata, el Sendero Cueva de Nerja-Almijara ofrece una opción perfecta para todos los públicos. Desde la Plaza de los Descubridores, donde un monumento rinde homenaje a quienes sacaron a la luz este tesoro subterráneo, parte una ruta que se interna en la sierra como quien entra en un relato.
El recorrido completo, de 1.750 metros, es circular y se cubre en unas dos horas. Pero hay una versión exprés como es la de caminar solo hasta el mirador, donde un banco de madera espera al caminante con una postal natural que mezcla Nerja, Maro y el azul inmenso del mar. Menos de una hora ida y vuelta. Ideal para quienes buscan vistas sin agujetas.
El jardín donde juegan las ardillas
El recinto de la cueva es también un parque natural en sí mismo. Bajo altos pinos y entre caminos sombreados, se esconden bancos estratégicos, zonas de picnic con mesas de madera y hasta un área infantil para que los más pequeños vivan su propia aventura. Aquí las ardillas corretean sin miedo, las libélulas juegan a esquivar la brisa y las mariposas posan como si supieran que están en uno de los lugares más visitados de Andalucía.
Y si el paseo se alarga, merece la pena detenerse en la Ermita de San Isidro, una joya del XIX levantada sobre los restos del antiguo cementerio de Maro. Sus muros, marcados por grabados rústicos, cuentan historias de pastores y tiempos pasados.
Como broche final, una moderna pasarela peatonal conecta el recinto con el corazón de Maro, el pueblo que acoge la cueva con la naturalidad de quien sabe que vive junto a un prodigio. El camino, peatonal y elevado, es otro regalo: desde allí, uno puede mirar atrás y ver todo lo que ha recorrido. Y pensar, quizá, que esta vez, la visita a la Cueva de Nerja fue mucho más que turismo.