Las reivindicaciones del 8M no entienden de diferencias: son la lucha común de todas las mujeres. Y, como en toda batalla por la justicia, solo unidas se logra avanzar y conquistar derechos. La sororidad no es solo un concepto, es la herramienta más poderosa para transformar la realidad.
Las voces del 8M resuenan en cada pancarta, en cada consigna, en cada grito que rompe el silencio impuesto por quienes quisieran devolvernos a la invisibilidad. Porque el feminismo no es una moda ni un eslogan vacío: es la única garantía de que el futuro sea justo.
Este 8M no se trata solo de recordar lo logrado, sino de defenderlo con uñas y dientes. De gritar más fuerte frente al negacionismo que pretende arrebatarnos derechos, de desmontar la estrategia de quienes criminalizan nuestra lucha para perpetuar su privilegio.
No podemos, ni debemos, permitir que la inacción o la desunión den alas a quienes quieren devolvernos al pasado. La historia nos ha enseñado que cada derecho ha sido fruto de la resistencia y la lucha. No habrá renuncia ni retroceso. El feminismo sigue en pie, porque el futuro será feminista o no será.